Biel Pol: - Joana, haz el favor de dejar de reírte con esa risa de bruja. Me das escalofríos.

Joana Pol: -  ¡No puedo evitar reírme así!  

BP: - Ya, ya sé que te operaron de la tiroides y se te quedó esa risa tan horrible. ¿En el documento de consentimiento te advertían que podía haber ese tipo de secuelas?

JP: - Me advertían que podía cambiarme la voz, aunque, al menos a partir de ahora, además de esa advertencia deberían adjuntar un cd con mi risa a futuros operados, para que decidan si prefieren morirse a tener una risa como la mía para siempre.

BP: -  ¡Demonio de mujer! Tampoco es eso. Anda, dime, ¿a qué venía tanta risa?

JP: -  Bueno, me ha hecho gracia esa noticia: un aristócrata alquiló su castillo para un rodaje. Cuando el rodaje acabó, repasó junto con su secretaria el inventario por si faltaba algo, y al mover una armadura se les cayó el casco, descubriendo que había dentro la cabeza ensangrentada de uno de los actores principales. Llamaron a la policía denunciando el decapitamiento, y se armó el despiporre hasta que el forense dictaminó que no había cadáver: por lo visto, se “olvidaron” una cabeza de attrezzo.

BP: -  ¿Y eso te hace gracia? Pobre gente, qué susto. Qué macabra eres, Joana.

JP: -  Oye, oye, que tus bromitas también se las traen. Admite que cada año el día de los Santos Inocentes despierta tu lado cruel.

BP: - ¡No voy a admitir eso! Yo soy un bromista con clase.     

JP: - En 2006 pegaste un euro con loctite en el portal de entrada de tu tienda. Cuando las señoras luchaban por hacerse con él, les hacías fotografías bastante humillantes. El año pasado pusiste un juguete sexual en forma de culo en pompa sobre la mesa de la cafetería, lo tapaste con un paño y pegaste un post it que decía: “NO TOCAR”. Naturalmente, la gente no podía resistirse a levantar el paño cuando creían que nadie les veía, sin saber que una cámara oculta filmaba sus reacciones.

BP: - Bueno, pero todos acababan riendo cuando se destapaba la broma.

JP: - Menos en aquella ocasión en que congelaste un bote de espuma de afeitar, lo abriste con un abrelatas y lo dejaste en mi maletín de acuarelas. Al descongelarse, la espuma se expandía y  salía por las ranuras teñida de colores, e hiciste creer a todo el mundo que había comprado las pinturas en los chinos y que estaban contaminadas de algún producto químico terriblemente venenoso.

BP: - Esa también fue buena, ¡reconócelo! Nadie se atrevía a acercarse al maletín.

JP: - ¡Ni a mis acuarelas!

BP: - Vale, pero a tus acuarelas no se acercan porque son horribles, no porque crean que están pintadas con veneno.

JP: - Biel, el equilibrio del Universo se tambalea: por una vez, ¡tú eres el diabólico!