Toc Toc, El trastorno obsesivo compulsivo llama a mi puerta

Somos una familia de Toc, podríamos ser tocólogos, pero no. Para muchos de los que nos rodean, además, lo que somos es unos tocacojones con nuestras manías y supermanías.

 

Alicia Misrahi. Página web: https://www.aliciamisrahi.com

 

Descubrí que mi padre padecía Trastorno obsesivo compulsivo leyendo un artículo en una revista. Tardé varios meses más en darme cuenta de que yo misma también soy una sufridora del mismo mal y algunos meses más en asumirlo e intentar ponerle remedio.

 

Reconozco que siempre hemos sido un poco peculiares, pero mi prima y mi tía han puesto el listón tan alto que todos los demás podemos pasar por “normales”.

 

Mi tía y mi prima han acabado viviendo en 10 m2 de su espacioso piso de 100 m2 perfectamente equipado con objetos y muebles y electrodomésticos ahora inservibles. Según ellas, todo está “contaminado”.

La primera vez que le oí decir a mi tía: “No te sientes en esa silla, está sucia”, no le di mayor importancia. Sí me extrañó que se pusiera unos guantes de látex para coger la silla y ponerla en el cuarto de los trastos y que luego quemara los guantes y  se lavara las manos cinco veces restregándose con un estropajo.

 

Poco a poco, de forma inexorable, los objetos, muebles, vestidos, menaje del hogar y etc de su casa se fueron contaminando y acabaron todos en diversas habitaciones que, a su vez, también quedaron contaminadas

En cuestión de pocos años, mi tía y mi prima han quedado recluidas en el recibidor y la primera mitad del pasillo de su casa. Hemos intentado hablar con ellas, pero están tan convencidas de su verdad que no entienden cómo no vemos que todo se contamina.

 

 

Prisioneras en el recibidor

De la contaminación sólo se han salvado un colchón de matrimonio, un armario pequeño abarrotado de ropa que impide el paso a la segunda mitad del pasillo y que hace de barrera contra la contaminación y pocas cosas más. La cocina y un baño pequeño han escapado prodigiosamente de la contaminación y así van tirando.

 

Cualquier día no nos dejarán entrar porque decidirán que estamos contaminados o, peor aun, se quedarán en la calle porque no quedará ningún espacio sin contaminar.

Nunca he conseguido que me expliquen el por qué, pero creo que está relacionado con que los enseres contaminados les pueden transmitir una enfermedad infecciosa mortal.

 

Con estos antecedentes, es normal que nos cueste ver nuestra propia viga en el ojo.

 

Risibles y angustiados

Desde fuera, somos una familia divertida y excéntrica que despierta numerosas carcajadas con sus extrañas costumbres y rituales. Desde dentro, vivimos con angustia y ansiedad cualquier posible error en nuestras extraños ceremoniales y manipulaciones, pero nos retroalimentamos en nuestras rarezas de forma que lo de los demás miembros de la familia nos parece normal o cada uno de nosotros acaba creyendo que es el normal y que los otros son los raros.

Los más cercanos, los que sufren nuestras peculiaridades, están desesperados con nosotros.

 

 

Mi madre y yo vimos clarísima nuestra anomalía aquel día que quedamos los ocho atrapados durante varias horas, presos de nuestras respectivas obsesiones.

Mamá no puede salir de casa si no está todo limpio. Como ya llegábamos tarde a la multitudinaria comida familiar anual, estábamos todos histéricos y no parábamos de ensuciar. Mamá limpiaba frenéticamente todo lo que nosotros, en nuestro bullir obsesivo, emmugrecíamos a nuestro paso.

 

Mi hermano mediano ponía rectos los cuadros y los objetos que mi madre dejaba “mal puestos” mientras limpiaba, pero al tocar los objetos los ensuciaba con los dedos y mi madre los limpiaba de nuevo de forma que los volvía a mover. El cuento de nunca acabar.

En las mentes de ambos estaba la idea obsesiva y trágica de que si no dejaban todo limpio y ordenado, según el caso de cada uno, pasaría una gran desgracia.
Nuestras compulsiones son la única forma de aliviar nuestra ansiedad y conjurar nuestras obsesiones relacionadas con la muerte, los accidentes, las catástrofes de la naturaleza y cataclismos varios.

 

Mi padre, obsesionado con gérmenes y bacterias, entró y salió cinco veces de casa. Lo más lejos que llegó fue a la puerta de la calle, pero tocó con el dedo meñique el pomo de la puerta –por accidente, siempre abre las puertas usando la manga del jersey o de la chaqueta como aislante- y tuvo que volver a ducharse.

 

 

Cada vez que salía de casa rozaba algo que le ensuciaba y volvía corriendo a la ducha: “es un momento, tengo que ducharme, estoy muy sucio” –explicaba.

-Ojo! ¡Vigila! –decía a unos y a otros temiendo que nos hiciéramos daño en cualquier momento.

-Papá, estás lleno de manías –le espeté sin poder aguantarme.

-Todo el mundo tiene manías –repuso mi padre de forma lógica.

-Pero es que tú las tienes todas –objeté. No llegó a oírme, ya corría hacia la ducha por enésima vez.

Mi madre, evidentemente, iba corriendo a limpiar la ducha después de que mi padre saliera de ella. Otro cuento de nunca acabar.

 

-Lejía, lejía –decía mi abuela-, he pensado en lejía y ahora el bocadillo está lleno de lejía. Tengo que tirar el bocadillo. Pero, ¿y si he tirado lejía sin querer en vuestra ropa? Chicos, ¡desnudaos todos! Tenemos que tirar la ropa que lleváis. Vamos a morir todos.

 

En síntesis, el TOC (Trastorno Obsesivo-Compulsivo) Se caracteriza por pensamientos intrusivos, persistentes e indeseados (obsesiones), y por conductas repetitivas y exageradas (compulsiones) que conjuran estas obsesiones o cualquier mal que pueda ocurrir por actos no pensados, por actos involuntarios, por las ideas repetitivas sobre destrucción y desastre o por la mala ejecución de los rituales. Un sinvivir.

 

 

Mi hermano mayor estaba atrapado en la puerta paralizado ante un amenazador 4 de una postal que mi hermana había colgado con una chincheta en la puerta. La vida de mis dos hermanos gira en torno a los números: hay números amenazadores y números propicios.

Desgraciadamente, el 4 y el 7 son benéficos para mi hermana pero letales para mi hermano y el 2 y el 5 son  maléficos para mi hermana y afortunados para mi hermano por lo que cuando uno se abre camino con su número mágico el otro queda invariablemente paralizado de terror. En el resto de números coinciden.

 

Yo soy la encargada de tranquilizarlos y de hacer desaparecer los números malos y sustituirlos por uno que les venga bien o proporcionarles una palabra cuyo número de letras sea favorable para ambos y les sirva de consuelo.

Siempre creí que era la más normal de mi familia hasta que vi un reportaje sobre TOC por la tele con una obsesión parecida a la mía.

Creía que era una filósofa porque siempre estoy pensando en el sentido de la vida en general y de la vida en particular, en el significado oculto de las frases y de las ideas que pasan por mi vida. Hasta ahí normal, pero en el reportaje vi a un hombre que estaba obsesionado con el tiempo y que, como yo, tenía que mirar su reloj continuamente para asegurarse de que el tiempo seguía transcurriendo. Dijeron que padecía TOC. Si dejo de mirar la segundera, temo que el tiempo se pare, que el mundo deje de existir por mi culpa.

 

Mi padre y mi hermano menor se turnaban para entrar y salir. Mi padre para ducharse de nuevo o para cambiarse de ropa, dependiendo del grado de contaminación, y mi hermano para comprobar, una y otra vez, si había cerrado el gas, la puerta de su habitación, el agua o todas las luces de la casa.

Si no fuera tan angustioso sería cómico.

 

La reunión

Conseguimos llegar a la comida anual de nuestra superfamilia que, por retraso de todo el personal quedó convertida en cena. Todos llegamos tarde, primos, tías, tíos, sobrinos, nietos y patriarcas porque todos padecemos trastorno obsesivo compulsivo en mayor o en aun mayor medida.

Aquello parecía un congreso de TOC. De pacientes, se entiende. O un manicomio o un completo catálogo de las diferentes compulsiones que un ser humano puede idear para aliviar la ansiedad de peligros y terrores imaginarios.

 

“Veraniego, subsistir, caleidoscopio, sufragio, verbalizar” –escribía con afición un pariente lejano en diversos papeles que luego colgaba en las paredes con dos chinchetas.

-Hola, encantado –nos saludó-, tengo que escribir deprisa “encantado” antes de que se me olvide porque, si no, va a ocurrir una fatalidad. ¡Ah! Fatalidad, tengo que escribir fatalidad y al menos cinco veces para conjugar la palabra fatalidad. Vaya, lo he vuelto a decir, ahora tendré que escribirla diez veces.

 

 

-El copón!!! –gritó otro primo-, lo he vuelto a hacer, he vuelto a blasfemar, dios te salve maría, diez salves y cuatro padrenuestros, voy a traer la desgracia a esta casa pero no puedo parar de blasfemar. Dios mío, otra blasfemia, la he pensado aunque no la he dicho, tengo que persignarme diez veces –concluyó terriblemente angustiado.

 

-Sí, sí, sí -mascullaba uno de mis parientes compulsivamente. Mi tía me explicó que cuando imagina un “No” o alguien dice “No” o algo negativo tiene que decir sí para contrarrestar

Una de las peculiaridades de los obsesivo compulsivos es que podemos tener varias manías (forma vulgar de llamar a las compulsiones).

Mi primo también suele angustiarse cuando piensa en algún buen momento con su familia o se le pasa por la mente alguno de sus seres queridos porque está convencido de que al pensar algo bueno sucederá algo malo. Por tanto, se pasa el día diciendo “Sí”, según me explicó mi tía, ocupada en peinarse –obsesivamente, claro- una melena que antaño fue espléndida y que ahora ralea a fuerza de peinarla continuamente, lavarla y ponerle desinfectante porque siempre está sucia.

 

Un primo se miraba obsesivamente al espejo y murmuraba, “este no soy yo, estoy cambiando”. Cuando le saludé, me contestó: “lo siento, estoy ocupado”. Sé que temía deformarse si dejaba de mirarse. Es un caso de extrañeza yoica.

Abundaban los parientes provistos de guantes que cogían los vasos, los platos y los cubiertos con pinzas para no mancharse. Algunos creían que la suciedad estaba sólo fuera y comían, otros se quedaban con el plato cogido en sus pinzas sin saber qué hacer.

Algunos más limpiaban y frotaban sin descanso

 

 

-Uno, dos, tres cuatro, cinco tragos –hablaba para sí mi tía más joven, afortunadamente bebía agua-, ése es un buen número. Hay demasiados pasos hasta la cocina, pero ese es un número fatal, si doy pasos cortos llego en seis, que es un número genial.

Para asegurarse, cuando llegó, dio una vuelta sobre sí misma y dejó el vaso sobre la mesa una, dos, tres veces, la definitiva, que es la buena.

 

La reunión tocaba a su fin. Uno de nuestros parientes hizo un prometedor anuncio. No sé muy bien quién era, llevaba guantes, mascarilla, gorro de plástico y gafas de protección.

Antes, no obstante, otra de mis tías se sinceró angustiada con mi madre, que seguía limpiando la casa del abuelo, “temo hacer daño a mi hija, ¿y si la ahogo sin querer mientras la baño?, ¿y si veo unas tijeras y se las clavo? Vivo en una angustia perpetua por hacer daño a los que quiero.

Como todos nosotros, por cómicos que podamos parecer.

 

 

Nuestro aséptico pariente hizo su comunicado:

-He leído que, en muchos casos, los antidepresivos combinados con una terapia pueden servir de ayuda en casos como los nuestros.

 

-Nena, lo nuestro no es normal –dijo mi madre con un trapo en la mano, el plumero entre los dientes y un estropajo en la otra mano.

-Tienes razón, mamá –le contesté mirando el minutero de mi reloj y observando con el rabillo del ojo el reloj del comedor para mayor seguridad.

Ambas llevábamos pensándolo hacía mucho tiempo.

 

Ahora el trabajo es convencer al resto de la familia de que nos pasa algo y de que tenemos que pedir ayuda.

 

Más información en:

https://psicologia.laguia2000.com/psicologia-cognitiva/el-trastorno-obsesivo-compulsivo-toc

 

https://www.nimh.nih.gov/health/publications/espanol/cuando-pensamientos-indeseados-toman-control-trastorno-obsesivo-compulsivo/index.shtml

 

https://depsicologia.com/trastorno-obsesivo-compulsivo-toc

 

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