Viva la pera

 

Mozart me mira sigilosamente mientras me desnudo en el baño. La verdad es que desde que vive en casa nunca nadie lo había colocado ahí. En la repisa del baño. Como castigado a ver aquellas cosas que normalmente elegimos hacer enla intimidad, como por ejemplo cortarnos las uñas de los pies o pasarnos los bastoncillos por las orejas, entre otras muchas cosas. Son casi las 4 de la madrugada y yo he decidido pegarme una ducha para desenquilosar mis atrofiados músculos después de más de 14 horas de edición frente al ordenador. Y de repente entre el vaho del cristal de la ducha semicircular de mi baño en suite tengo la sensación que este maldito muñeco, que me emperré en comprar en una viaje a Viena, no me quita el ojo de encima. ¡Es horroroso! -espetó Tony el día que se me ocurrió comprarlo- ¡no pretenderás que cargue con él todo el día!- Pues claro!, respondí yo. Y se vino a Mallorca en una enorme caja de cartón que protegía su cara infantil de porcelana. Es curioso cómo cambia la gente. Hace veinte años atrás odiaba las muñecas de porcelana y con los años ya he comprado dos. Pero ojo,  no son esas muñecas cualquieras que bien podrían poblar una película de terror cualquiera, no, las mías son especiales. Mágicas. Igual que un día paseando por Portobello Market en la London City me tuve que detener hipnotizada por una preciosa muñeca vestida con un abrigo verde seco de sedosos cabellos de color caramelo y ojos risueños que me imploraban asilo. Imposible resistirme. Y él tuvo que cargar de nuevo con la caja hasta la isla. 

 

 

El agua caliente me reconforta sobremanera. Me giro hacia un lado, me giro hacia el otro. Alzo los brazos, bajo la nuca. Una delicia. Es increíble el ruido que podemos hacer al ducharnos a tenor de las veces que oigo decir -shhhhhhhh- al otro lado de la puerta donde mi marido acaba de abandonar la fase rem por mi culpa. Y eso que realmente lo único que hago es dejar correr el agua ardiente sobre mi cuerpo mientras Mozart por un momento cree estar envuelto por la niebla de Londres, preguntándose cómo ha acabado allí. Mientras pongo jabón de lavanda en mi esponja sonrío pensando qué bien ha quedado el parquet de casa...y los acabados. Y lo mucho que este suceso ha trastornado nuestras vidas. Pero ahora todo parece haber vuelto a su lugar. Al menos en apariencia, ya que la noche anterior acabé durmiendo en la cama de mi hijo y éste a su vez en la de matrimonio de su hermana mayor. Por más que lo intenté me fué imposible conciliar el sueño con el intenso olor de silicona recién puesta en las juntas de los rodapiés. Mientras mi hombre decía que soy una exagerada yo notaba como al inhalar los productos , sin duda tóxicos, mi garganta y mi saliva se fundían en un agrio sabor que me recorría todo el sistema respiratorio-olfato-gustativo causandome una piscosis letal.

 

 

Después de 48 horas parece ser que el olor se ha disipado, al menos en parte, y que Mozart, blanco de por si,  ya va recuperando los colores. Como mi vida. Estoy de excelente humor y no sé si preocuparme o no. Mientras la gente a entrado en el 2012 cabizbajo y con más recelo que alegría, yo, que siempre voy a contracorriente, me siento feliz. Algunos proyectos se han despeñado por el camino mientras otros nuevos, van acomodándose como un invitado inesperado. De repente caigo en la cuenta de que de noche hay más presión de agua. Cierro el monomando e intento sacar un pie de la ducha, pero no disipo el suelo entre tanto vapor. Brrrrrrr...agarro firmemente la toalla y seco mi dolorido cuerpo mientras me repito que solo tengo 40 años y que estoy en la flor de la vida. Tengo que apuntarme al gimnasio urgentemente, al menos para poder ir las tres primeras veces, como siempre. Con el borde de la toalla limpio un pedazo del espejo. Es increible cómo nos gusta mirarnos mientras nos secamos. Al menos yo. Es como cuando ves un anuncio o una peli, la tia se mira y él también aunque no lo hace tan descaradamente. Es como si  al menos una vez al día alguien con potestad te pasa revista de arriba abajo, no sea cosa que se te escape algo de ayer a hoy. 

 

Mientras guardo mis lentillas en su cajita pienso que eso es lo único artifical que llevo encima. De repente Mozart suelta su violín de madera, alza la mano y hace el gesto de "no" moviendo su dedo índice de un lado para otro. ¡Es verdad! En la última semana de diciembre coincidiendo con esas fechas en que todo vale, me puse las uñas de porcelana por 30 €, en los chinos, que lo hacen muy bien. Y tres semanas después en plena noche de enero, ya me estoy arrepintiendo. Son los efectos colaterales de la euforia navideña. En esa época nos volvemos majaras, más todavía.

Me enfundo en un pijama de felpa feo pero muy calentito. Cepillo todo lo cepillable. Dientes y pelo. Me pongo la crema que dice que frenará mi envejecimiento facial y sin despedirme de mi señorial observador salgo disparada hacia la cama. Me acurruco, pego mis pies (calientes por una vez) a las piernas de él y pienso qué me da igual la prima de riesgo y las entradas de Paquirrín. Me alegro por un momento el no haber sucumbido a la tentación de subirme a un crucero y me autoprogramo para acordarme de ir mañana a hacerme el tinte. Qué bien que estoy.

 

Calentita. Viva la pera.

 

Sandra Llabrés

 

Diccionario:

 

No me apetece.

 

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