Yo fui una pescadora de marido

Experiencias de pesca en la red

 

Alicia Misrahi, autora de Liguemos.com, Sé Mala y Todo lo que no has de hacer si buscas amor. Página web: www.aliciamisrahi.com

 

Soy Silvia y me embarqué en una búsqueda para encontrar mi hombre ideal, mi alma gemela, mi otro yo, mi complemento o como queramos llamarle que me condujo a la infelicidad y a la ansiedad.

 

Empecé a buscar por mi cuenta en el mundo virtual un compañero para procrear y fundar una hermosa familia feliz con esplendorosa hipoteca en lugar de esperar que una casualidad romántica me lo trajera. Busqué activamente en la red y fuera de ella –chats, portales de amor de Internet, citas rápidas, citas lentas y lo que se terciara-. En mis inicios estaba mentalizada para vivir y disfrutar del momento.

 

Sin embargo, me obsesioné y desesperé con cada nueva desilusión y con cada hombre que parecía salido de un catálogo de la feria de los horrores de Marte. Fue un proceso tan lento que no me di cuenta de lo que estaba ocurriendo.

 

 

Cuando menos lo esperaba, conocí a una compañera de andanzas, Nereida, que estaba tan obsesionada o más que yo y con la que compartimos desastres y tragos amargos hasta que aprendimos a reírnos de nosotras mismas y volvimos a disfrutar. Tuvimos suerte.

Por ejemplo, nos reímos mucho con aquel que decía ser jugador profesional de póker que perdió mil euros en cinco segundos y no había forma de saber si era un ludópata o un auténtico maestro de la apuesta o con aquel otro prepotente que proclamaba “si eres una ladilla de chat no me interesas”.

 

Con Nereida descubrimos que no hace falta tener pareja para ser feliz y que una serie de “fracasos” o tropiezos no tienen porque significar que nunca vas a encontrar a nadie y que, de hecho, tampoco importa si uno pasa una época sin pareja o toda la vida. ¿Por qué tenemos que basar nuestra felicidad en tener pareja? Es terriblemente limitado. Las dos nos reconstruimos mutuamente.

 

Cuando menos lo esperaba, encontré a mi amor en un amigo a quien nunca había mirado como posible pareja. Me gustaría prometer que el amor está a la vuelta de la esquina, que cada uno o cada una encontrará la persona perfecta.

Me gustaría poder asegurar que existe una persona especial para cada uno y que tarde o temprano se van a encontrar

Pero no es así.

 

Sin embargo, las buenas noticias son que no importa, que podemos ser felices estando solteros, que sólo son épocas y que la situación puede cambiar en cualquier momento. También, que el amor o la pareja no tienen por que durar eternamente y que, después de que se acabe, se puede encontrar a otra persona.

Consideraciones muy ciertas pero que, sin embargo, son muy difíciles de sentir cuando tienes las hormonas gritando alocadamente, el reloj biológico atronando y el corazón más sólo que la última pieza que sobró del Mecano. Sin embargo, la salvación está siempre en mantener la calma.

 

 

Por otro lado, si algo sé después de amar a mi loco es que la media naranja no existe –no es por él, que es un encanto, sino porque la perfección es humanamente imposible- y que todos los que vamos buscando ansiosamente a nuestra  media mitad para completarnos estamos inevitablemente condenados al fracaso y a la insatisfacción, puesto que nadie puede salvarnos de nosotros mismos y nadie nos puede regalar la felicidad total sin problemas ni sobresaltos.

¿Principes encantadores que nos salven de nuestro infortunio montados en un caballo blanco? Estamos en el siglo XXI, las mujeres no necesitamos ser salvadas por mucho que a veces nos empeñemos en ello.

 

De pesca en la red sin red

Me dije a mí misma “Tengo el vestido, tengo el cuerpo, tengo la inteligencia, tengo el sentido del humor y tengo las ganas... pero no tengo novio”. ¿Qué mujer no se ha dicho a sí misma algo parecido? Seguido de un autocrítico y desesperanzado: “¿Qué me pasa?”. Decidí tomar las riendas de mi vida.

 

Pertrechada de mi encanto y de una nutrida colección de fracasos y desilusiones con hombres, me embarqué en lo que, a pesar de mis buenos y divertidos propósitos, llegó a ser “La Búsqueda”, mi obsesión.

 

Mi primer contacto con un chat me horrorizó. El primer shock fueron los nicks que usaba el personal: Locoportuspechos, MiNoviaNoEstá, Sumiso47, Caxondete… Y estuve a punto de caerme al suelo haciendo una espiral cuando empezaron a abrirse privados y no tenía tiempo ni de contestar.

Cuando entras en un Chat con nombre femenino, los hombres se agolpan para llamar a tu puerta.

El problema es con qué llaman a ella...

 

Al poco tiempo, me harté de tanto acoso y derribo y empecé a usar un nick neutro, Sam. Era sorprendente, muchos hombres dudaban de que fuera una mujer. Especialmente si escribía una salvajada que sonara a hombre cabreado.

En mis andanzas, he conocido a (bastantes) hombres que se hacen pasar por mujeres y como tienen un nick ultrafemenino como Silk o Princesita, ningún otro hombre sospecha de ellos.

 

Mi problema con los chats es que me aburrían soberanamente las conversaciones en el general, que se limitaban a saludos eternos y declaraciones sobre lo que habían desayunado y lo que iban a comer y despedidas de gente que no se iba nunca. También, que mantenía numerosas conversaciones con hombres que no me interesaban para nada. Ni yo a ellos, pero confiaban en obtener sexo exprés a pesar de que tras decenios de fracasos acumulador por culpa de ir por la vía rápida y directa deberían haber pensado que quizá estaban errando la “estrategia”.

 

Era difícil separar los hombres potencialmente interesantes de la paja porque todos empezaban con la ineludible ficha-chat

La primera vez es divertido, luego agota: De dónde eres, Edad, Altura, Peso, Color de ojos, Color de pelo, Profesión, Nombre... Y, por supuesto, si la cosa iba a más o si el hombre en cuestión iba por faena, talla de sujetador...

 

El físico no era lo más importante para mí. Bueno, a no ser que al hombre en cuestión le faltaran los dos testículos o estuviera vasectomizado. No me imagino a mí misma preguntando sobre estas cuestiones a la primera de cambio:

-Por cierto, una curiosidad que tengo, ¿cómo va tu producción de espermatozoides?

 

La realidad está ahí dentro

En el chat tuve encuentros (más bien tropezones) con tipos como  Edu 34, que no se iba por las ramas: “Hola wapa. Dime como eres. Seguro que estás para komerte”.

Lo suyo era casi un soliloquio en el que importaba lo que yo dijera, él iba desgranando frases aunque yo le contestara de la forma más desalentadora tipo “No, sólo me gusta el misionero, es la forma natural de hacerlo” o “suelo llevar bragas altas de color carne porque son más cómodas y recogen la barriga”. Era impermeable y repetía “enséñame tu tanguita” como si fuera un mantra.

 

Por aquella época conocí a hombres valientes como aquel que al despedirnos me dijo “Duc (mi pastor alemán) y tú impresionáis juntos” y nunca más volvimos a saber de él; u hombres caballerosos y educados como aquel que no paraba de hablarle cortesmente a mis piernas y cuya idea de la seducción era expresar: “comer me produce dos efectos: me da sueño y me la pone morcillona”; u hombres entregados… a su ex que les llamaba cada cinco minutos como aquel que al final salió corriendo porque ella estaba en un terrible apuro (se le habría roto una uña o un uñero); u hombres tremendamente activos como aquel cuya idea de la diversión era cambiar de bar cada cinco minutos en una especie de frenesí paroxístico y que cada dos minutos me pedía: “cuéntame algo de ti. No dices nada”. También me instaba a que le contara algo cuando estaba en mitad de una explicación.

 

El amor romántico nos hace daño

Inmersa en un carrussel de citas, me divertía, hasta que empecé a sentir que no había nadie para mí, que me pasaba algo y, sin embargo, cada vez que salía o quedaba con un hombre, esperaba que ocurriera un milagro y me aferraba a la más mínima ilusión o la más remota coincidencia que me hacía pensar que el destino había hecho que nos reuniéramos.

Sí, tenemos que revisar nuestras creencias sobre el amor romántico y la predestinación.

 

Algunos de mis amigos no fueron de gran ayuda. Le conté a un amigo que había tenido una cita de varias horas con interesante conversación, bromas y complicidad y algunos besos románticos y apasionados en la escalera de la Plaza del Rey y se puso eufórico: ““Esta es la escalera por la que subió Colón para comunicar a los Reyes Católicos que había descubierto un nuevo mundo, esto es una señal”.

Tantos libros y películas románticas y amores tortuosos dotados de una grandeza espectacular nos han llevado a ver señales en las casualidades más tontas.

 

Vivía en montañas rusas de citas, enamoramientos primitivos, ilusiones cogidas por los pelos y, finalmente, desengaños. Debía haberme dado cuenta de lo ansiosa que estaba cuando me oía decir frases como “Este es el definitivo”, “Esta vez sí voy a conocer a alguien especial” y  salía cada día como si se fuera a producir el milagro. Pero no me escuché.

 

Cuando empecé a buscar pareja en Internet, tenía claro que el peor error que cometemos las mujeres es vivir nuestros encuentros y citas con los hombres como “La Búsqueda”,  en que cada esperanza se traduce, casi inevitablemente, en una nueva desilusión porque cada nueva ilusión se basa en algo cada vez más peregrino.

 

Es más sano –y divertido- disfrutar de todo lo bueno que tienen los hombres y coger lo mejor de cada uno y, si acaso, pasar a otro cuando nos damos cuenta de que nos hemos equivocado. Puede que ni siquiera sea correcto decir que nos hemos equivocado, sino que a medida que hemos ido conociendo al hombre han surgido los contras y pesan más que los pros. No obstante, cuando sientes que te están estafando tu oportunidad de ser feliz, es muy difícil disfrutar y hasta tomárselo con calma.

 

He releído recientemente mis experiencias en aquella época y me ha dado un ataque de risa (tras otro).

Especialmente esta cita con un hombre que era todo comprensión, seguridad, complicidad, diversión y asertividad en el Msn y por el que me sentía irremediablemente atraída, pero que en persona resultó muy diferente.

 

Choque con la realidad

Hay citas que salen mal y otras que salen peor. Tras hablar varias veces por Msn y por teléfono con Albert, hemos quedado para cenar. Me dijo que no le gustaba prolongar demasiado las relaciones por Msn porque te podrías forjar una idea equivocada de la otra persona. Estoy de acuerdo, en el chat te pierdes la mirada del otro, su forma de sonreír o de moverse, su expresión corporal y, además,  su peculiar “dinámica” da mucho tiempo para pensar y medir las respuestas. Por teléfono, Albert me dice que no me preocupe de nada, que él ya reservará. Me gusta su voz.

 

Cuando se acerca el momento, me pongo nerviosa. Albert me gusta de verdad. Casi llego tarde porque me cambio varias veces de ropa. Al final, opto por ir con unos pantalones negros y una camiseta de manga larga. Empieza a hacer buen tiempo.

Con el corazón encogido, le veo. Hemos intercambiado fotos y no tengo problemas para reconocerle. Es alto, delgado, aunque no excesivamente, y atractivo. Parece tan nervioso como yo. Decidimos ir a tomar algo para romper el hielo.

Pido una cerveza y patatas bravas. ¡En mala hora! Seré maniática, pero no soporto a la gente que mastica con la boca abierta y haciendo ruido, como Albert. Peor aun, apoya la cabeza en la mano y la deja caer de lado con todo su peso, y sigue comiendo patatas como si tal cosa con su boca abierta. ¡Cuánto daño han hecho los comedores de colegio! Cada vez que expresa una opinión y yo no estoy de acuerdo, en lugar de defender su postura, me pide perdón y me da la razón.

Para acabarlo de arreglar, no ha hecho reserva y vamos de un sitio a otro como dos almas en pena pidiendo que nos den de comer. Al final, ya bastante crispada, le digo que vayamos a un Asador aragonés que conozco. Accede, sin problemas, tras pedirme perdón cinco veces seguidas. Gracias a dios. Tengo los pies destrozados. ¡Para una vez que se me ocurre ponerme zapatos de tacón alto!

En el Asador, un restaurante familiar donde hay un mundo de posibilidades para comer carne, encarga una ensalada de lechuga, tomate, aceitunas y queso de cabra y, además, pide que no le pongan el queso y que le sirvan pocas aceitunas.

¿Dónde está el hombre con el que yo hablaba? Este es un indeciso que cuando me muestro en desacuerdo con algo, me da inmediatamente la razón y que se pasa media vida disculpándose de lo que dice y de lo que hace. A estas alturas ya estoy de los nervios. Le pregunto si de verdad no le apetece algo de carne, porque la hacen muy buena en este sitio. Masticando con la boca abierta, accede ansiosamente a complacerme y pide lo mismo que yo.

Con las vueltas que hemos dado, se ha hecho tarde y ya no se lo pueden servir. Al final, pide un entrecot al punto.

 

Cuando llega, lo pasea por el plato, le da varias vueltas, mastica un pedazo -con la boca bien abierta y haciendo su ruido característico de hámster de 1,80 m- y llama a la camarera para que se lo pase más. Puedo ver por un segundo el gesto de disgusto de ella que, inmediatamente, sustituye por una sonrisa.

Cuando va al lavabo, la camarera, una mujer mayor y opulenta que creo que también es la propietaria, ve mi cara de abatimiento, me sonríe y me advierte riéndose: “No te conviene. No te fíes de los hombres que no comen, tienen poca vida”. Me río y ella añade: “Además, es un tiquismiquis”.

 

Tengo la teoría de que hay una gran correlación entre la forma de comer y la forma de vivir y, también, de follar. Si mi teoría, que todavía no tengo muy desarrollada, es cierta, este hombre es un auténtico desastre.

Albert vuelve y la emprende con el entrecot. Lo sigue paseando inmisericorde  por el plato y por su boca eternamente abierta. Mis nervios están a punto de estallar. Él, de pronto, se abalanza sobre mí y me da un beso. Creo que voy a gritar. Como en algún mal momento he comentado que creía que era más decidido, me propone ir al baño “para hacer el amor”. Luego me pide perdón por su atrevimiento y, acto seguido, me pide perdón por pedirme perdón. Ya no puedo más.

Se acaba la cena, que resulta interminable. A la hora de pagar -cada uno lo suyo-, saca cuatro billetes de cinco euros arrugados y revenidos y me pregunta si puedo dejar yo la propina. Me despido. No lo entiende, ni yo puedo explicárselo. ¿Cómo se explica la muerte de una ilusión? Insiste para que vayamos a hacer una locura en un parque. Le digo que estoy cansada y que somos muy diferentes. Los dos sabemos que no vamos a vernos más. Es la diferencia entre la magia del Msn y la realidad.

 

 

El Universo Meetic

Un día entré en el chat, ya parecía una habitual. Al poco tiempo se me abrió una ventanita: “Hola, ¿molesto?”, preguntó tímidamente Nereida. Me di cuenta de que había llegado a la conclusión de que Sam, mi apodo, era un hombre. La saqué de su error. Seguimos hablando cordialmente.

 

Le conté parte de mis aventuras y me explicó que necesitaba un método de búsqueda y tener claro qué quería exactamente. Me aconsejó hacer una lista con todos los requisitos que quería en un hombre y plantear algunas preguntas-clave para conocer detalles sobre el hombre en cuestión.

 

Estaba harta de chats. Aunque debo reconocer que al menos conseguí mantener la mente suficientemente abierta como para conocer personas interesantes y no desecharlas porque no me sirvieran como pareja. Atesoré un compañero de conciertos fallidos (debido a que íbamos a ver grupos de nuestra juventud que estaban más que acabados), un colega de salsa, una amiga por Msn e incluso un confidente masculino que vive en la otra punta de España y que me ayudaba a desentrañar las reacciones de los hombres. La pregunta era inevitable ¿Se necesita una persona para cada cosa?

 

Y ya puestos a pedir, podría haber coleccionado al buen planchador, al Don Limpio… Y todos tropezando continuamente entre sí en el desempeño de  sus quehaceres. Lo que me seguía preocupando es que no veía claro dónde y cómo conseguir a Don Padre de Mis Hijos.

 

Nereida me guió por el universo Meetic. Me explicó que allí las cosas son más claras que en los chats y que muchos hombres buscan pareja de verdad. Ella en ese momemento todavía no había encontrado a su hombre, era exigente y sabía lo que quería. Como yo.

 

Pronto recibí la primera lección práctica de Nereida sobre qué hombres debían ser mi objetivo: “Los listos para el matrimonio están en una estrecha franja entre los 36 y los 40.

“Antes, son hombres en su segunda juventud que, seguramente se están recuperando de una ruptura o, quizá, no son lo suficientes maduros emocionalmente como para crear una familia… Solo buscan divertirse, aunque digan lo contrario O son niños emocionales o siguen enamorados de su primera novia o, los más experimentados dentro de su inexperiencia, se quieren vengar de las mujeres y las afrentas que les han infligido. Por la razón que sea, todos estos saltan de una mujer a otra continuamente… Los jovencitos no saben lo que quieren. Ten cuidado también con los de 36 a 40 que tienen a su ex mujer en la boca continuamente, sea para recordarla, para compararte con ella o para decir que es un mal bicho: tampoco han superado su ruptura”.

No me dí cuenta de que con nuestra lista de atributos y cualidades deseables nos parecíamos a un hombre con el que me cité que iba con el checklist en la mano haciendo una batería de preguntas inquisitorias a cada candidata y marcando las respuestas correctas.

 

 

Tampoco hubo mucha diferencia entre los chats y el Universo Meat-It en el que parecía que todos éramos carne fresca en el expositor y donde mentir para fingir más altura, más juventud, más inteligencia o un verdadero interés para llevar a alguien a la cama era lo más habitual.

 

En mi etapa en los portales para encontrar pareja conocí a todo tipo de hombres y de anormales y me temo que yo también quedé en ocasiones como una anormal.

Entre mis tipos raros estuvo el falso corresponsal de guerra que casi se desmaya cuando se dio cuenta que, dada mi blancura, se me ven todas las venas del antebrazo. Entre los de Nereida, aquel que a las dos horas de conocerse (ella fue a visitarle a la ciudad de él) le dijo “No me dejes nunca” y tres horas después la facturaba de vuelta a su comunidad autónoma diciéndole que no quería verla más.

 

Con Nereida fuimos rebajando exigencias y quitando requisitos hasta que  prácticamente sólo nos quedó: “que esté vivo”.

 

Y, hacia la mitad de nuestra aventura, cuando aprendimos a reírnos de nosotras mismas y a tomarnos la vida con humor  sólo quedamos nosotras, libres, felices, sin sentir que estábamos incompletas.

Y, al final, encontramos amor.

 

La historia completa de mis hilarantes, dramáticas e ilustrativas aventuras y citas en speed dating, portales como Meetic y Parship, chats, slow dating y agencia matrimonial está en el libro Liguemos.com https://www.aliciamisrahi.com/liguemos.htm

Silvia/Sam

COSAS MEDIATIKAS

 

Contacto

IN-MEDIATIKA

NOTICIAS ONLINE

Con nosotros

Nuestros Clientes

17.11.2011 00:00
Te invitamos a conocer las ventajas de publicitarte en IN-MEDIATIKA: MUY VISUAL Y DE FÁCIL NAVEGABILIDAD Navegar en IN-MEDIATIKA és muy fácil. Con un solo menú, el lector tiene acceso a la sección que más le interese, sin perderse por el camino. Tu producto o negocio se relacionará...

Nuestro Equipo

17.11.2011 00:00
Contamos con un equipo de profesionales con muchas ganas de ofrecerte los mejores artículos y fotografías online. Desde la más rabiosa actualidad, proyectaremos juntos una nueva forma de informarse más ágil, directa y dinámica. Con una imagen muy actual te ofrecemos una revista donde te será...