Vivir con dinero, y sin él, en la cárcel
En el interior de la cárcel de Palma, e imagino que en las del resto del país, el interno no utiliza dinero, sino que se maneja con lo que se denomina pecunio -o peculio-, y que es una tarjeta, por un valor máximo de de 80 euros por semana que suele ingresarlos la familia. En el supuesto de que le ingresen 500 euros, solo al pecunio irán 80, quedando el resto para otras semanas a 80 euros cada una.
Así, si el interno quiere tomarse un café, paga con la tarjeta; igual que si compra comida o efectos personales en el economato.
Naturalmente, no todos tiene ese dinero en su tarjeta. Depende de la economía familiar. Los hay, incluso, que no tienen nada. Ni un euro. Son los sin familia, generalmente inmigrantes, que tiene que vivir sin nada, y que tampoco pueden disfrutar de permisos, pues carecen de un domicilio. Por ellos vela la Pastoral Penitenciaria, que cuando puede les ingresa diez euros en el pecunio y le proporciona ropa, que a su vez recibe de la gente de buena voluntad.
Con el pater Jaume, que es el cabeza visible de dicha Pastoral, conocimos a un interno con pecunio y otro sin él. Adrian López, de Palma, y Karin Wak, de Palma y Casablanca (Marruecos), respectivamente.
A Adrian, semanalmente, la familia le ingresa 30 euros. A Karin, nada. "Bueno, sí -dice-. Mi madre, desde Casablanca, me mandó cien euros una vez, que aún me duran. Pero si no es por eso, no tendría nada. Y cuando se acaben, me quedaré sin nada".
-Bueno, sin nada, no -le dice el pater-. Cuando necesites, pídelos a la pastoral, al igual que ropa. Y si tenemos de lo uno y de lo otro, te lo haremos llegar.
Jaume dice que actualmente están atendiendo a 160 internos a razón de diez euros…."cuando podemos, que no siempre podemos"
Ambos visten camiseta y pantalón corto.
"A mí, un amigo de aquí dentro -dice Karin-, me ha prestado algo de ropa".
A Adrian se la han traído de casa.
Karin jamás ha tenido un permiso, pues no tiene donde ir. "Por tanto no se que se siente estando de permiso", dice.
Adrián, si. "Y no veas, estar en casa, sin horarios, sin listas, pudiéndote ir a dormir cuando quieres. Pudiendo estar con la familia y los amigos… Eso es mucho para quien se pasa unos años aquí dentro".
Adrian enciende un cigarrillo, le da varias caladas y se lo pasa a Karin.
"Si estoy con alguien que es amigo, como Adrian, que fuma, me pasa el cigarrillo, porque como no tengo dinero, no puedo comprar tabaco -dice este-. Y si pides prestado a según quien, luego tienes que devolverle el doble de lo que te ha dado, si no, empiezan los líos. Y yo por, un cigarrillo, o una cosa que se que no voy a poder devolver, no me meto en un lío que seguramente termina con un parte"
Es evidente que la cárcel acostumbra a uno a unos hábitos. A Karin, a no fumar, o a no pedir, porque sabe que no puede devolver. A Adrián, a saborear el gusto que produce la libertad aun a sabiendas de que tres días después retorna a lo cotidiano. Y a ambos a ver la vida de otra manera. No trae cuenta dar un palo, porque luego lo pagan con los mejores años de sus vidas, como lo están pagando ellos
A ambos, puede que lo que más les cueste sea sobrevivir a la monotonía, al no hacer nada, "por eso -dice Adrián-, cuando hay alguna actividad, como el otro día que vinieron unos caballistas a hacernos un show, o cuando hay boxeo, o tetar, o cuando vienen los motoristas, nos apuntamos para pasar un rato sin pensar en otras cosas".
P.P.