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Javier Herrero.

Madrid,  (EFE).- Un día después de su celebrado concierto en Barcelona, Rihanna ha liberado su huracán caribeño en el Palacio de los Deportes de Madrid, con 18.000 espectadores contentos de haber sido los figurados damnificados de un concierto completo, ambicioso en los medios y desvergonzado en las formas.

El éxito de convocatoria es prueba de que la de Barbados, que cierra con este show su paso por España, ha llegado en un gran momento, tras publicar "Talk That Talk", su sexto disco en siete años de carrera, y reafirmar su posición como la artista que más joven (tiene 23 años) alcanzó más números 1 en EEUU.

Con ese vertiginoso bagaje, su concierto de esta noche no podía ser otra cosa que no fuese una sucesión de éxitos, con un poco más de incidencia en el anterior álbum, "Loud!" (2010), quizás para justificar el nombre de esta gira.

El último de esos éxitos, "We Found Love", de su recién estrenado disco, ha sido también el último tema de la noche y, a tenor de la euforia que se ha desatado entre el público, Rihanna y su equipo de asesores siguen acertando con el repertorio.

El afamado dj y productor británico Calvin Harris, el mismo que le ha dado su peculiar color eléctrico a la canción en cuestión, ha contribuido a calentar el ambiente antes de su actuación.

Después ha llegado ella. "Only Girl (In the World)", el primer single de "Loud!", se convirtió en uno de sus más celebrados himnos y ha sido el elegido para abrir fuego, literalmente, con el estallido de unos pequeños fuegos artificiales.

Quien sitúa tan arriba el listón nada más comenzar es que tiene poco que temer de la consistencia de su repertorio. Sin respiro, le han seguido "Disturbia", "Shut Up And Drive" y "Man Down", otro de los cortes de "Loud!", en el que ha dado rienda suelta a su característico pop de reminiscencias caribeñas.

No se ha quedado ahí, porque el espectáculo ha pasado por todos los estadios por los que ha transcurrido su corta carrera, casi los mismos que su cabellera, que ha cambiado casi con cada lanzamiento.

Con esta gira, la artista ha roto con el estatismo, baila y se atreve hasta con la batería. Teatral y juguetona en su expresión, procaz en sus gestos, sólo la delicadeza de sus suaves facciones felinas compensan parcialmente su interpretación, que en cualquier otra persona resultaría insorportablemente vulgar.

Quién sabe si es una consecuencia de aquel último Rock in Rio de Madrid 2010 en el que Shakira, con su apabullante actuación, dejó a la de Barbados como una sosa.

Esta noche, la artista ha echado mano de todas las facetas con las que jugó previamente: muñeca sexy y sofisticada, guerrera, tribal, colorida y provocadora y, en general, sugerente e impúdica como en su último trabajo.

Con un bikini colorido, contornea sus caderas, menea el trasero sin sonrojo, se sienta de frente al público con las piernas completamente abiertas. Ataviada con un estilismo sadomasoquista y atada por cadenas, gatea a cuatro patas. Y para culminarlo todo, tumba a un miembro del público y lo deleita con movimientos propios de un peep-show.

Los medios de los que goza el espectáculo carecen también de prejuicios. Humo, fuegos, luces, miles de vatios, plataformas que suben y bajan, un nutrido cuerpo de bailarines, siete pantallas (cuatro de ellas, gigantescos ojos de buey, que se distribuyen a placer) y hasta un tanque de color rosa que dispara regalos.

Exceptuando el pequeño parón a mitad del show, con el que da paso a la sección más romántica, compuesta por "Unfaithful", "Hate That I Love You" (sin David Bisbal) y "California King Bed", el concierto -de casi dos horas- ha transcurrido a la fugaz velocidad de su carrera.

La tralla final, con "Don't Stop The Music", "Love The Way That You Lie (Part II)", "Umbrella" y el mencionado "We Found Love", y la ensordecedora reacción del público confirman no obstante que a este ciclón de fuerza máxima le queda cuerda para rato. EFE