El mejor Mel Gibson retrata al peor Mel Gibson en "El castor"

 


Hay papeles para los que un actor parece llevar años preparándose y Mel Gibson lava sus trapos sucios con ayuda de su amiga Jodie Foster en "El castor", fábula espinosa sobre el perdedor en el que la superdotada oficial de Hollywood convierte en compatible la amargura y el optimismo.

"El castor", que llega a España este fin de semana tras convertirse en un sonado fracaso en Estados Unidos, es en realidad un ejercicio de contorsionismo de la Foster directora para dar solidez a un argumento inasible y, de paso, echarle un capote a un desorientado Mel Gibson, que salta al vacío con este personaje torturado que se entrega al ridículo sin pudor.

La película es lo suficientemente osada como para sobreponerse a su premisa argumental: la terapia a la que se autosomete un hombre de negocios deprimido para salir de su agujero no es otra que hablar solo a través de una marioneta que encuentra en la basura. Es "El castor".

Si Mickey Rooney desnudó sus cicatrices en "El luchador" y Gloria Swanson exhibió su decadencia en "El crepúsculo de los dioses", Gibson exorciza su tendencia a la autodestrucción de la mano de una Foster que demuestra que su nivel intelectual no le despega de la sensibilidad pedestre.

Su cámara cabal es la que hace el milagro de que, a través del disparate, se acaricie la emoción directa y auténtica, se contagie el dolor y la desorientación y se huela la catástrofe humana.

Foster, para ello, juega con la imaginación del espectador y le hace comulgar con esa inquietante marioneta, casi como cuando Robert Zemeckis arrancó las lágrimas a la platea cuando Tom Hanks perdía en "Náufrago" a una pelota llamada Wilson.

Y experta en dar un matiz a las relaciones personales en películas como "El pequeño Tate", la realizadora -en la película también actriz secundaria- da la vuelta a la crónica familiar y esa condena a buscar apoyo emocional se acaba teniendo el efecto liberador de un grito de socorro.

Afortunadamente, en su argumentación evita el manual de autoayuda para forzar al espectador a tragarse las espinas de la depresión endógena, porque "El castor" camina hacia atrás en la construcción del hombre perfecto y coherente para llegar a la aceptación de la vida tal cual es. Con marionetas o sin ellas.

Y ese sentimiento crece gracias a una historia secundaria, la del hijo de Gibson que intenta alejarse del patrón que ha creado su padre, en la que se hace especialmente trágica la falta de referentes de los jóvenes que interpretan Cherry Jones y la estupenda Jennifer Lawrence.

Todos esos actores sometidos al poder de una marioneta que cataliza sus emociones acaban consiguiendo que, efectivamente, "El castor" cobre vida y Foster, con sus dos Óscar y su carrera modélica, acaba revisando con brío y melancolía los fracasos que conlleva el triunfo y las victoria de asumir una derrota. EFE

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