Gárgolas, de Marcelo Munch, Chile.


 

 

            Apareció  sobrevolando a eso de la medianoche y la noticia se expandió rápidamente en toda la villa. Una turba salió tras ella con pasos de antorchas y profecías como puños sin darle alcance, el temor hizo su parte, nadie lo admitió. La figura volvió a aparecer la noche siguiente, esta vez más temprano, esta vez dejando una delgada estela de hollín, pelos y hollín, gritos y hollín, marcas de colmillos sobre troncos indefensos, y un cierto aroma a moho hasta entonces por todos desconocido.

            A los pocos días la encontraron petrificada por la mañana cubierta con sus propias alas pasando desapercibida pretendiéndose capullo. Se juntó la turba y todos decidieron tirarla a patadas cerro abajo hasta perderla en el río. Más, la figura volvió a aparecer con más decisión recién comenzando la noche, esta vez no le importó la rabia ni dejarse ver hasta la médula. La turba resolvió partirla en dos cuando la volvieran a encontrar piedra, y fue lo que sucedió.

            Allí comenzó la tragedia, acabada la hora del té cada pedazo cobró forma, color y pelos, el pavor hizo mella en todas partes, la turba decidió demolerlas a mazazos cuando las volvieran a encontrar, entonces la tragedia se desató. Se multiplicaron como polen, como almendros en flor, primero como grandes goterones esparciéndose en los lugares más impensados, luego como racimos atiborrados cual antigua vendimia de esas que ya no se ven. Levantabas una piedra y aparecían dos que rápidamente se agigantaban, luego levantabas la cabeza y esa piedra que levantaste se había convertido en otra más.

            Al poco tiempo las había por todas partes, de pie volando, dando vueltas con sus alas crispadas y sus pelos al viento creyéndose primavera en el más crudo invierno, y se siguieron propagando aún más, no había quién aguantara, el temor pasó a convertirse en terror completo. Ellas prontamente se asumieron dueñas y señoras, cada una buscando la manera de hacerse patente a su manera propia, y al acabarse cada noche, por separado elegían una techumbre añeja, un viejo edificio, o un patio trasero para hacerse piedra con la postura soberbia que más le cayera en gana para recibir la primera alborada.

            Así el asunto, la cotidianeidad de la villa se tornó insoportable pues ellas luego ya no respetaron ni la menor vergüenza. Su bullicio impertinente y sus alaridos como chirridos de ruedas de tren en óxido vivo a nervios a los pocos días pasaron a ser brutales escándalos haciendo caso omiso de cualquier pudor y sin nada que hacer al respecto. En nada quedó aquella timidez inicial de aquella primera que llenó de espanto el sueño en mitad de la noche por el solo imaginar el motivo de su advenimiento, añoraron todos que volviera a reinar ese pavor ingenuo de niños, ahora se llamaba pánico la estrofa, vaya miseria. Y en andanadas de nubes grotescas ajenas a toda honra se apoderaron ellas de todo sosiego, la villa estaba horrorizada, las figuras acentuaron con total impunidad su nuevo ruedo jactándose a viva voz de sus pechos fibrosos y sus privadas partes todo erectas y enrojecidas como si fueran emblemas celestiales, y no contentándose con ello satisficieron sus placeres a vista y paciencia, fornicado entre ellas, fornicando sobre monumentos y esculturas, fornicándolas a ellas en total desparpajo bajo alaridos de placer, que indigno martirio, la indecencia misma se había posado sobre el pacífico morar de la villa, y lo que era peor, nadie podía dejar de mirar el furor de sus impurezas, válgame Dios.

            Entonces alguien se recordó la enmienda aquella de no dejarlas dormir, había que quitarles el sueño, y para ello había que hablarles despacio y contarles un secreto supremo que no fuera cierto, ellas acercarían su oído inocente y lo creerían todo porque estaban destinadas a creer en esas antiguas cosas porque no entendían la traición, ni tampoco recordaban aquel antiguo pacto roto por el hombre, de lealtad absoluta con el hombre, sin tocar al hombre, sin hacer diferencias entre santos y ladrones, por la simple razón de que todo esto son cosas de la tierra donde ellas no residen, que van a quedar en la tierra, y de ellas se hace la única historia posible. Así, el primer alguien en intentarlo le dijo a la que se fue a morar a su patio que tenía la facultad de hacer reír a las palabras, y el juramento surtió notable efecto. Luego otro alguien dijo que podía hacer dormir al temor, y otro que del mar conocía todos sus secretos. Hubo incluso uno que dijo que Dios había creado al hombre, y hubo otro que dijo que no era Dios. Las figuras entonces empezaron a caer plácida y ferozmente muertas como moscas, y la turba entonces le puso luz y música a la noche y todos comenzaron a festejar. Luego todos cayeron extasiados en un sueño profundo.

            Fue entonces que un niño despertó en mitad de la noche, caminó al rincón oculto de su patio, y se encontró con la última de aquellas mirando a la luna mientras susurraba una canción de cuna. El niño se le acercó y la figura le ofreció su oído, pero el niño no supo contarle ningún secreto porque nunca tuvo uno.

-¿Y por qué  no te albergas en una iglesia? – le preguntó el pequeño.

- Porque ya no las hay.

            Fue lo único que alguna vez el niño le oyó decir. Desde entonces al caer la tarde, el niño en secreto cerraría las puertas y ventanas de su rincón para que el sol y las miradas ajenas se fueran bien aparte, sabía ya que tendría su invitada a tomar té, tenía por fin un secreto que guardar, el secreto a cambio velaría por él.

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