MARIO CONDE habla sobre la figura de "El Lider" en In-mediatika

 

El Líder.

Una palabra que durante muchos años, adjetivada de carismático, se convirtió en clave de los procesos electorales. Era, se decía, la fuerza del líder, la atracción que provocaba, el poder de arrastre que generaba,  lo que conseguía los votos, y consiguientemente el poder, Podría decirse, y no sin razón, que en ese modelo lo emocional se situaba incluso por encima lo puramente racional. Si el poder de atracción del líder pesaba mas que los programas concretos del partido al que perteneciía, lo emocional superaba en eficacia a lo racional. Pocas dudas al respecto.

Recordemos 1982 y la gran victoria socialista, aunque mas exacto sería decir el gran triunfo de Felipe González. Su liderazgo fue decisivo para conseguir aquella mayoría abrumadora de más de doscientos diputados. El poder de atracción se condensó en una palabra mágica: cambio. Líder y slogan. Victoria abrumadora. Así funcionaron las cosas.

Y siguieron funcionando durante un tiempo. Felipe González, por seguir siendo líder, tenía capacidad de ganar. El tiempo y sus errores, los inevitables y los evitables, la desgastaron. Y a partir de ese momento en las elecciones españolas se dio un escenario nuevo: no ganaba un nuevo líder, sino que perdía el anterior. ¿Acaso Aznar en 1996 era considerado por alguien un líder? Sinceramente, creo que la respuesta es no. En 1996 se ganó por un puñado de votos. Es decir, perdió el viejo líder González. Aznar alcanzó la presidencia del gobierno, pero no por ello el estatuto de líder real de la sociedad española. ¿Potestas y autorictas? Pues sí: la vieja distinción romana puede encajar en este debate.

 ¿Y en el 2000? Algunos creyeron que el hecho de ostentar el poder derivado de la Presidencia del Gobierno era suficiente para generar la condición de líder. No es así. Esas elecciones caracterizaron por un dato decisivo: muchos votantes socialistas se retiraron y no acudieron a votar. Si se consultan las cifras de votos del PP y del PSOE de esas elecciones se comprobará lo que digo.

 

                                                       Mario Conde en su casa en Madrid


En esos momentos surgió la idea de todos contra el liderazgo carismático y se planteó la imposible tarea del líder gris. Es posible que funcione en Suiza, dicen algunos, pero también es evidente que en casi ninguna otra parte del mundo Occidental (y no occidental) esa tesis pasa de ser un producto de la llamada inteligencia de salón. El liderazgo sigue vivo, como no puede ser de otra manera

Cuestión diferente es la carencia de líderes. Al menos eso indican las encuestas. Por ejemplo, la última conocida indica que el nivel de rechazo, es decir, valoración de regular/mal que reciben el Presidente del Gobierno y el líder de la Oposición son sustancialmente idénticas y se cifran en el entorno del 60 por 100. Dificilmente esa valoración es compatible con la condición de liderazgo. Ocurre, entonces, que frente al concepto de líder gris parece que estamos en el escenario de las elecciones del no-líder.Y esto es solo posible técnicamente por el postulado del mal menor, terriblemente peligroso por cierto. Si un país reconoce tener muchos males y lo que decide es votar al mal menor, algo de incomprensible se vislumbra en el modelo.

¿Y por qué la ausencia de verdaderos liderazgos?. Porque un líder debe tener convicciones y defenderlas como tales. Pero en los tiempos que corren las convicciones han sido sustituidas por las conveniencias. No se tienen mas convicciones expresadas que aquellas que son valoradas en términos de impacto entre votantes. Los políticos de hoy, en su inmensa mayoría, tienen como convicción aquello que gusta a su electorado y a una parte colindante del electorado del contrario. La conveniencia se convierte en la regla de oro. Se trata del poder. Para alcanzarlo es más seguro disponer de conveniencias que de convicciones. Ese es el modelo. Y esa es la razón por la que se producen carencia decisivas de liderazgo.

 

 

La clase política en su conjunto recibe una valoración muy negativa por parte de la sociedad española, que, por cierto, no es una excepción en el contexto europeo, en donde, con matices, se da la misma situación. Y curiosamente hay liderazgos emergentes de gente a la que se quiere situar ahora en un espacio al que se considera maldito: la extrema derecha, al decir de muchos. Esa era una etiqueta demoledora tiempo atrás. Precisamente porque ante la ausencia de líderes, de personas, se utilizaban eslóganes, etiquetas. Y funcionaba. Pero está empezando a dejar de funcionar. La gente ya no se fía de las etiquetas. Los atributos izquierda/derecha ya no tienen  ese poder de fronteras irreparables. La gente, sobre todo los jóvenes, quieren oír, escuchar ideas, propuestas, saber qué convicciones tienen las personas que supuestamente van a gobernar. Y les da igual el tipo de etiqueta. Ya no ese fían del envoltorio. Quieren abrir la caja y ver el contenido.

Y aquí está el problema. Al hacerlo se encuentran con un cierto vacío. Comprueban la ausencia de convicciones firmes. Les resultan incompresibles ciertos silencios. No entienden como se niega una y otra vez la realidad. No comprenden por qué evidencias tratan de dulcificarse, cuando no de negarse. No comprenden como se ausentan del debate temas capitales. Todo esto sucede porque las convicciones han sido sustituidas por las conveniencias. Un líder tiene un programa de país en la cabeza. Un político de la modernidad tiene un programa de como conseguir el poder, y una vez conseguido ya hablaremos de qué tenemos que hacer. Un líder quiere convencer a su país de que sus ideas son las correctas y si no lo consigue se va a su casa. Un político de la modernidad quiere mantenerse en el poder, y si para eso tiene que ir cambiando de ideas, pues las cambia y en paz.

Sucede que mientras la sociedad no perciba liderazgo real y siga instalada en la técnica del mal menor,  es muy difícil encajar un programa coherente de gobierno, sobre todo en épocas de crisis profunda. Eso podría funcionar,  y de hecho funcionó, en momentos de prosperidad. Pero cuando un país se ve inevitablemente abocado a un programa de años que implique trabajo y sacrificio, el líder de conveniencia no es, valga la redundancia, lo más conveniente. Porque la ausencia de verdaderas raíces en el cuerpo social dificulta sobremanera el camino de salida. El problema es la frase de los pragmáticos: es lo que hay.

 

Mario Conde

 

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