Jaume Santandreu está indignado, aunque su estado no le va a resolver el problema, que tampoco lo es, pues quien está acostumbrado a luchar durante toda la vida, por muy duros  que puedan ser los golpes que se le avecinen, los sabe encamarar. "Pero  -nos dice-más que indignado por mi, lo estoy por otros que, al igual que nosotros, van a sufrir las consecuencias de lo que se ha puesto de moda de un tiempo a esta parte: o recortar, o cortar del todo. Porque eso es lo que nos han hecho.  Los 30000 euros que recibíamos de parte de Afers Socials del Consell de Mallorca, en la actualidad dirigido por Catalina Cirer,  vamos a dejar de cobrarlos. Pero seguiremos luchando contra las adversidades, a la vez  dando de comer  a los que vienen  aquí,  a medio día, y que cada vez son más,  y al cura de la parroquia de Corea…. Estamos acostumbrados a sobrevivir. Por eso digo que lo lamento por otros que a lo mejor no lo están"

Se levanta de la silla en la que está sentado, frente a la mesa del comedor de Can Gazá, y nos invita a que le sigamos hasta el corral. "Aquí, como se puede ver -señala a los pavos blancos y negros que hay en él- tenemos una pequeña reserva. Y ahí al lado -ahora señala el recinto de los patos- otra, y ahí atrás están los cerdos, y luego tenemos el huerto. Y lo mejor de todo, que todos vamos a colaborar para sobrevivir"

"Pues ya que está indignado-le decimos-, ¿por que no os sumáis a los indignados de Palma?". Jaume frunce el ceño. "¿Y a quien nos dirigimos? Toda revolución ha de tener un rostro, una cara, y una voz, ¿y qué rostro o cara o voz tiene tiene esta? ¿Quien los mueve? ¿Quien está detrás…? ¿Cuál es su objetivo? Y si protesta, o se levanta contra quién ¿cual es el precio de la negociación y de la retirada si llega a un acuerdo? La idea es buena. Es bueno que se levanten voces, que se mueva la gente buscando reivindicaciones, ¿pero quien dirige esas voces y a quien me tengo que dirigir yo…?

Ya en la despedida, se le ilumina el rostro. "Pero para que vean que no todo es malo -sonríe-, el otro día miré en mi cuenta  y  me llevé una gran alegría: el dinero que la Iglesia me pagaba por ser cura jubilado, me lo sigue ingresando. Al obispo, cuando me fui a despedir de él  tras haber colgado los hábitos, le entregué una carta en la que, entre otras cosas, le decía, o mejor le pedía que ese dinero me lo siguiera enviando que yo lo ingresaría en la cuenta de Can Gazá, cosa que he hecho y que seguiré haciendo siempre. P0r eso digo que me he llevado una gratísima sorpresa. Y por eso digo que Dios aprieta, pero no

ahoga"

P.P.