Rastreando un poco Madrid, me siento llena de alegría al encontrarme con una exposición dedicada al pintor realista Antonio López (Tomelloso, 1936) en el Museo Thyssen-Bornemisza, hasta el 25 de septiembre de 2011.

La muestra incluye una completa representación de la obra del artista español, tanto óleos como dibujos y esculturas de algunos de sus temas más habituales; los interiores, la figura humana, composiciones frutales o sus paisajes y vistas urbanas, principalmente de Madrid.

No es difícil toparse con este genio galardonado con el Príncipe de Asturias de las Artes, pintando al aire libre en la Puerta del Sol, aprovechando la luz especial que ofrecen las tardes madrileñas. Aún recuerdo el impacto que me produjeron algunas de sus obras al verlas por primera vez  como “Gran Vía” y “Lavabo y espejo”  que pensé que eran fotografías y al darme cuenta que se trataba de pinturas del maestro, caí rendida de admiración ante tanta minuciosidad y preciosismo por ese logro conseguido al destacar un instante efímero y perfecto como el que definieran Henri Cartier-Bresson y Robert Capa pero esta vez, elaborado con sus propios dedos.

Veo que López busca entre la realidad que le rodea aquellos aspectos cotidianos susceptibles de ser retratados y lo hace con una elaboración lenta y meditada, intentando captar la esencia del objeto y del paisaje representado. A algunos de sus trabajos les dedica años y a otros incluso décadas pues dice que “una obra nunca se acaba, sino que se llega al límite de las propias posibilidades”. Él mismo define su propio repertorio como la búsqueda de lo trivial de la realidad que recoge con un tratamiento pleno de detallismo, rozando lo fotográfico. Y aprovechando que había manifestaciones en la Castellana, tomé unas fotos de la Gran Vía emulando la pintura del artista.

Me satisface saber que en 1955, y gracias a una beca, Antonio viajó a Italia, donde experimentó de primera mano la pintura italiana del Renacimiento. Sufrió una pequeña decepción al contemplar en vivo las obras maestras que sólo conocía por reproducciones y que hasta ese momento tanto había venerado. Gracias a las frecuentes visitas al Museo del Prado, comenzó a revalorizar la pintura clásica española, que tan bien conocía, especialmente a Velázquez y con toda modestia, debo decir que me ha ocurrido lo mismo con ese artista en mi última visita a El Prado. Había leído un capítulo de “Las palabras y las cosas; una arqueología de las ciencias humanas” de Michel Foucault enteramente dedicado a “Las Meninas” y me fascinó poder comprobar todo lo que el filósofo describía, en vivo y en directo, sólo que para mi sorpresa, la obra que más clamaba la atención de mis ojos era “Los borrachos”. Esas caras, las miradas, hasta el plato con agua, las tinajas de barro y cristal y ellos tan reales coronándose como Baco (Dios del vino) que parece que estás ahí metida en el cuadro y te invitan a beber desde el mismo y te acabas sumergiendo en el alcohol que comparten y te emborrachas de ellos y con ellos. El shock hiperrealista fue el mismo que describo al principio con Antonio López, sin duda, dos grandísimos genios de tantos muchos que ha dado nuestro país. Es fácil y fascinante poder visitar la obra del maestro del Hiperrealismo por diez euros en el Thyssen y luego cruzarse Neptuno hasta el Museo del Prado para deleitarse gratuitamente con Velázquez. El genuino lujo de la vida es poder tener tiempo para disfrutar de estos auténticos tesoros, como decía Benjamín Franklin " si lo que más vale es el tiempo, perderlo es derrochar mucho" desde luego úsenlo para visitar estos genios, no se priven!.

Por Cristina Gamero